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Pícaros y Caballeros

El pícaro era un personaje característico de la sociedad española de los siglos XVI a XVIII , que se caracterizan  por su manera de engañar y mentir a cualquier persona.Podemos destacar al Lazarillo de Tormes. Mientras que un caballero es todo lo contrario , es un personaje que aspira a solucionar todos los problemas del mundo y ayudar como pueda , un claro ejemplo es el de Don Quijote.

El pícaro nace de un valor muy español: la desconfianza, la desigualdad. Por eso, en cierto modo, no le es importante ser honrado o no. 

La novela picaresca por excelencia no es otra que la del Lazarillo de Tormes, la epítome de lo que significa este personaje (el pícaro) que, además, sufre una evolución durante la novela: le vemos confiado ante las bondades de su amo al inicio, sin embargo, tras una serie de desencuentros y circunstancias se vuelve todo un pícaro.


De hecho, durante la novela vemos cómo no tiene aliados, es traicionado por casi todos sus amos, siente vergüenza por el trabajo de su madre, etc. Varias circunstancias que lo llevarán a no confiar en nadie y que llevarán a vivir para subsistir.

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Un famoso pasaje del Lazarillo, que muestra el intercambio de tretas y ardides entre el protagonista y su amo, un ciego al que conduce y ayuda:

Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino, cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de besos callados, y tornábale a su lugar. Mas duróme poco, que en los tragos conocía la falta y, por reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así atrajese a sí como yo con una paja larga de centeno que para aquel menester tenía hecha, la cual, metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino, lo dejaba a buenas noches. Mas, como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudó propósito y asentaba su jarro entre las piernas y tapábale con la mano, y así bebía seguro.

Yo, que estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y delicadamente, con una delgada tortilla de cera, taparlo. Y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor de ella, luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía, que maldita la gota que se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada. Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo qué podía ser.

-No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano.

Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido.

Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que ahora tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con todas sus fuerzas alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, lo dejó caer sobre mi boca ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.

Fue tal el golpecillo que me desatinó y sacó el sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy me quedé.

Desde aquella hora quise mal al mal ciego y, aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y, sonriéndose decía:

-¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud.

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Lázaro y el ciego.

Los caballeros eran personajes que luchaban por unos ideales muy marcados y que llevaban a muerte. En contraposición con los valores negativos de los pícaros, los caballeros destacan por estar llenos de amor, bondad, fidelidad o lealtad: de hecho, la mayoría de ellos se entregan a una causa relacionada con estos valores (el amor a una mujer, la servidumbre a la palabra de Dios, etc). Por lo general, estos personajes suelen ser humanos y cercanos a la gente (mientras que el pícaro era altivo y, como se suele decir, ‘hacía la guerra por su cuenta’).

Una obra reconocida relacionada con la caballería es Don Quijote de la Mancha.

Fragmento de Amadís de Gaula,

la obra más representativa de los libros de caballería:

—Señor, quiero demandaros un don que no os será grave de lo dar.

—Yo lo otorgo —dijo el rey.

—Pues, señor, mandad a Oriana que antes que sea hora de comer pruebe el arco encantado de los leales amadores y la cámara defendida que hasta aquí con su gran tristeza nunca con ella acabar se pudo por mucho que ha sido por nosotros suplicada y rogada, que yo fío tanto en su lealtad y en su gran beldad que allí donde ha más de cien años que nunca mujer, por extremada que de las otras fuese, pudo entrar, entrará ella sin ningún detenimiento, porque yo vi a Grimanesa en tanta perfección como si viva fuese donde está hecha por gran arte con su marido Apolidón, su gran hermosura no iguala con la de Oriana, y en aquella cámara tan defendida a todas se hará la fiesta de nuestras bodas.

El rey le dijo:

—Buen hijo señor, liviano es a mi cumplir lo que pedís, mas he recelo que con ella pongamos alguna turbación en esta fiesta, porque muchas veces acontece y todas las más la grande afición de la voluntad engañar los ojos que juzgan lo contrario de lo que es, y así podría acaecer a vos con mi hija Oriana.

—No tengáis cuidado de eso —dijo Amadís—, que mi corazón me dice que así como lo digo se cumplirá.

—Pues así os place, así sea —dijo el rey.

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