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Quevedo vs Góngora

Si nos paramos a pensar, podríamos denominar este enfrentamiento como la batalla más hermosa de toda la literatura. Mientras los poetas trataban temas como el amor, la belleza y/o la mitología durante el Siglo de Oro, nuestros dos protagonistas, Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, hacían de la poesía una forma de lucha formal a base de puño y letra, muy extendida desde aquel entonces. Pero, ¿a qué se debe este enfrentamiento?

Origen

Todo empezó en la Corte de Valladolid donde un joven Quevedo hizo circular poemas que imitaban o parodiaban los de Góngora con la intención de aprovechar la fama de este último para aumentar la suya propia. Esto hizo que el cordobés reaccionara y empezara a contraatacar, dando comienzo así a su enfrentamiento.

Francisco de Quevedo

El poeta madrileño destacaba por el estilo burlesco y sátira que introducía en sus poemas y obras diversas. Fue, además, el máximo exponente del Conceptismo, corriente literaria que tenía como objetivo asociar de forma ingeniosa palabras e ideas mediante el uso de la imaginación sobre el uso de los sentidos. En sus obras, Quevedo usaba por lo general bastantes antítesis, paradojas, laconismos (la forma de expresarse breve pero ingeniosamente), el doble sentido y conceptos (asociación ingeniosa entre palabras e ideas)

Luis de Góngora

Góngora, por su parte, debía su fama a un estilo serio y culto que era representado por el culteranismo. Esta corriente literaria tenía como principal objetivo con muchas palabras y de nivel cultural bastante alto una idea pobre o sin importancia. Destaca ante todo el gran uso de metáforas, hipérbaton y algunos símbolos. Una característica del autor cordobés es que intentaba crear neologismos (nuevas palabras o nuevos significados a las palabras) a partir de elementos y términos de lenguas cultas como el latín y el griego.

Además se dedicaron poemas entre ellos: "Un hombre de gran nariz" y "A Franciso de Quevedo"

Érase un hombre a una nariz pegado, 
Érase una nariz superlativa, 
Érase una alquitara medio viva, 
Érase un peje espada mal barbado; 

Era un reloj de sol mal encarado. 
Érase un elefante boca arriba, 
Érase una nariz sayón y escriba, 
Un Ovidio Nasón mal narigado. 

Érase el espolón de una galera, 
Érase una pirámide de Egito, 
Los doce tribus de narices era; 

Érase un naricísimo infinito, 
Frisón archinariz, caratulera, 
Sabañón garrafal morado y frito.

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Francisco de Quevedo

Luis de Góngora

Poema de Quevedo: A Apolo siguiendo a Dafne

Bermejazo Platero de las cumbres 
A cuya luz se espulga la canalla: 
La ninfa Dafne, que se afufa y calla, 
Si la quieres gozar, paga y no alumbres.

​

Si quieres ahorrar de pesadumbres, 
Ojo del Cielo, trata de compralla: 
En confites gastó Marte la malla, 
Y la espada en pasteles y en azumbres.

​

Volvióse en bolsa Júpiter severo, 
Levantóse las faldas la doncella 
Por recogerle en lluvia de dinero.

​

Astucia fue de alguna Dueña Estrella, 
Que de Estrella sin Dueña no lo infiero: 
Febo, pues eres Sol, sírvete de ella.

Poema de Góngora: No son todos ruiseñores

No son todos ruiseñores

los que cantan entre las flores,

sino campanitas de plata

que tocan a la alba,

sino trompeticas de oro,

que hacen la salva

a los soles que adoro.

 

No todas las voces ledas

son de sirenas con plumas

cuyas húmidas espumas

son las verdes alamedas.

 

Si suspendido te quedas

a los süaves clamores,

no son todos ruiseñores

los que cantan entre las flores,

sino campanitas de plata

que tocan a la alba,

sino trompeticas de oro,

que hacen la salva

a los soles que adoro.

A Apolo siguiendo a Dafne
El triunfo de la Galatea
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